Relato incompleto
Todo empezó un día de verano. La gente se agolpaba en una esquina donde proporcionaban entradas gratuitas para el certamen de cine que, a pesar de no gozar del reconocimiento que luego obtendría, ofrecía una vía de escape a la monotonía que la ciudad de Las Palmas emitía al compás de cada uno de sus rayos solares permanentes y rotundos.
Todo transcurría con absoluta normalidad hasta que Wilson sopesó la idea de obtener alguna recompensa de ese estado de quietud que todos aceptaban con resignación y pasividad. Un estado de ánimo que no llegaba a compartir con el resto de sus conciudadanos, amables y simples personajes que se subyugaban ante la orden del día a día.
Él quería romper con sus hábitos de actuar como una mera pieza de ajedrez con movimientos repletos de alevosía que le conducían a adoptar una vida “normal” y sin sentido. Divagaba por los senderos paralelos personales que evadían su mente de lo común. Él construía su vía de escape, su salida de emergencia que convertía su realidad en surrealidad y entretenimiento.
A pesar de que siempre lo acusaron de estar en las nubes, característica íntima que lo llevó a una experimentación incansable con el medio en el que interactuaba, se convencía asimismo de que él estaba hecho de una madera diferente. Circunstancia que nunca llegaron a reconocer sus vecinos, seres pueblerinos que lo tachaban de raro y abstraído.
Por fortuna, Wilson poseía una personalidad tan robusta, que se mostraba ante toda esa superficialidad como una auténtica roca, un témpano de hielo totalmente acorazado, fuerte, tosco… en definitiva, un ser protegido e impermeable. Pero claro, su juventud e inexperiencia le impedían conocerse hasta ese punto. Siempre gestó en lo más profundo de su ser un sentimiento de inferioridad. Quizás no de inferioridad, pero sí de inseguridad. A decir verdad, posiblemente era esa inestabilidad suya la que le hacía reconsiderar todos esos caminos de huída (hasta el momento inexplorados) con los que soñaba. Nunca recibió ninguna educación predilecta a pesar de ser el único descendiente varón de la familia. En aquel entonces, eran los varones los que perpetuaban la estirpe del apellido paterno. Eso significaba mucho más que unos simples apellidos. Sin embargo, había algo en él, algo que nadie más que él sentía, que le obligaba a estar intranquilo y a distanciarse de lo banal.
Comentarios
un abrazo
Saludos desde el aguanieve de Annemasse (Francia)
Te quiero mucho warelower.
Tu hermana Cris.